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9 Octubre 2012

Recuerdos de un hermanamiento

Como dice la canción, “que veinte años no es nada…”, y que poco parece si echamos la vista atrás y recordamos aquellas primeras expediciones de autobuses de  plaisanceois llegando a la puerta del Ayuntamiento, y de uteberos desembarcando en la ciudad francesa. Nos separaban los Pirineos, pero había muchas otras cosas que nos unían, la principal, la inquietud vecinal de conocer lo de fuera, de experimentar otras costumbres, de hacer amistades foráneas en aquellos años en los que se gestaban los cimientos de la Unión Europea, echaba a andar la generación Erasmus y bruñía un espíritu de confraternización de los pueblos. Se vivía y se construía Europa desde lo local.

En estos años se organizaron productivos eventos deportivos conjuntos, se compartieron experiencias artísticas interesantes e, inevitablemente, la convivencia cultural también dejó mucho anecdotario: cómo explicarles a los franceses más osados que las vaquillas del encierro no eran cosa de enredar, cuando se organizó un desencajonamiento coincidiendo con un fin de semana de intercambio; o el aprieto de explicar lo de Agustina de Aragón, el cañón y Palafox mientras Los zagales de Utebo bailaban “Los sitios de Zaragoza” en el pabellón municipal de Plaisance-du-Touch.

Hubo quienes tuvimos la suerte de encontrarnos con personas con afinidades y de gran calidad humana, y de mantener en el tiempo los lazos de la amistad trabada en aquellos encuentros, de llegar a ser partícipes de acontecimientos familiares mutuos y de tratarnos, en definitiva, como auténticas familias hermanadas.

En este contexto internacional actual, de una Europa asfixiada por los mercados, de cuestionamiento de estructuras que parecían asentadas y en la que generaciones de jóvenes se están viendo forzadas a emigrar ante la falta de horizontes laborales, la esencia de los hermanamientos deberían tener más vigencia que nunca. Y eso sin mencionar la oportunidad, en general obviada entre los jóvenes, de poder establecer contactos para practicar y aprender un idioma vivenciándolo, acostumbrados que estamos a derrochar y pasar horas de nuestra vida en escuelas y academias.

 

Mercedes Penacho

Periodista


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